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FIN DEL MUNDO

Continúan las polémicas por la cría del salmón

La instalación de empresas productoras de salmones en Tierra del Fuego argentina genera tensiones y controversias. En Ushuaia, comercios y restaurantes exhiben adhesivos negros con el lema “No salmoneras”. La campaña logró la prohibición de la instalación de jaulas para la cría de salmones.

Continúan las polémicas por la cría del salmón

TIERRA DEL FUEGO.- Ushuaia es la ciudad más austral del planeta, con el permiso de Puerto Williams, la pequeña localidad chilena que se halla al otro lado del canal Beagle, más al sur aún del continente americano. Las aguas del Beagle son de las más prístinas del planeta y eso, junto a sus accidentes geográficos, las hace codiciadas por la industria salmonera que en Chile ya es el segundo sector exportador después del cobre. Sin embargo, las polémicas ambientales constantes desatadas en el vecino país en los últimos años por el cultivo de este pescado han puesto en alerta a la población de la isla de Tierra del Fuego que se opone a instalar salmoneras en aguas argentinas y recibe el apoyo de grupos ecologistas de ámbito mundial porque el rechazo a estas factorías es incipiente pero global.
Diana Méndez y su marido, Sergio Carrera, lo dejaron todo para instalarse en Puerto Almanza, un remoto enclave sobre la costa del Beagle tan idílico como inhóspito, especialmente en esta época invernal, cuando recorrer los 70 kilómetros desde Ushuaia se convierte en una tarea a menudo imposible por la nieve. Es más fácil ir por mar, en una de las zodiacs que la pareja usa para practicar la pesca artesanal de la centolla, producto estrella de estas aguas, que en verano sirven a los turistas en su casa, Puerto Pirata.

Daños a otras especies
“Las salmoneras matan la oxigenación del agua”, afirma Méndez, convertida en activista ambiental y portavoz de las 30 familias del pueblo que tratan de vivir del cotizado crustáceo y otros frutos de un mar excepcional, donde confluyen el Pacífico y el Atlántico. “La calidad del agua es muy importante para la reproducción de los huevos de la centolla, que la madre cuida y que eclosionan en estos meses de invierno”, añade.
Hace cuatro años, Diana y Sergio, buenos conocedores de estas costas, ayudaron ingenuamente a los técnicos de una consultora chilena a identificar ocho lugares idóneos para la cría del salmón cerca de Puerto Almanza; un trabajo que ahora ha servido de base para realizar un estudio de factibilidad a cargo de Innovation Norway, ente de promoción industrial del Gobierno noruego, primer paso para implantar la salmonicultura en la Patagonia argentina.

Empresarios noruegos
Noruega es el principal productor de salmón mundial, seguido de Chile, donde muchas salmoneras cuentan con capitales nórdicos y son las más interesadas en cruzar la frontera en busca de aguas prístinas. Esta posibilidad se aceleró después de que el año pasado los reyes de Noruega viajaran a Buenos Aires y ambos gobiernos firmaran tres convenios para desarrollar esta industria en Argentina, que hicieron saltar las alarmas en Ushuaia, donde un año después comercios y restaurantes exhiben adhesivos negros con el lema “No salmoneras”. La campaña logró que el Consistorio prohibiese en marzo pasado la instalación de jaulas para la cría de salmones en el municipio. El objetivo ahora es que el Parlamento regional apruebe un proyecto de ley presentado en mayo que frene definitivamente a la salmonicultura en Tierra del Fuego.

“Impacto dañino”
“El impacto que tuvo en Chile la industria salmonera, mires por donde lo mires, es dañino”, asegura el surfista y activista chileno, Ramón Navarro, que buceó en los fondos marinos bajo las jaulas de salmones abandonadas. “Es mar muerto”, dice. La destrucción del ecosistema marino costero es la principal queja ecologista.

“El impacto que tuvo en Chile la industria salmonera, mires por donde lo mires, es dañino”

Rotura del ecosistema
Tras nacer y ser criados inicialmente en piscinas de agua dulce, los alevines de salmón son trasladados al mar donde son engordados con aceite y harina de pescado entre 14 y 30 meses, confinados en inmensas jaulas flotantes donde conviven toneladas de peces, cuyas heces acaban en el fondo, mezcladas con los restos de alimento, arrasando el suelo, agotando el oxígeno y reduciendo la biodiversidad.
Además, para combatir las enfermedades que provoca el hacinamiento se les echan antibióticos y productos químicos, así como herbicidas para evitar la proliferación de microalgas que provocan la marea roja. A su vez, las enfermedades son contagiadas a otros peces que no cuentan con los anticuerpos necesarios para protegerse.
El ecosistema también se ve alterado por las frecuentes fugas de salmones, que constituyen una especie exótica en el hemisferio sur, depredando especies nativas y compitiendo con otras por el alimento. Sin contar los numerosos desechos abandonados, como boyas, redes, plásticos o poliespán.

Algunos a favor
“El impacto en la salud está bastante poco estudiado”, reconoce Gustavo Lovrich, biólogo especialista en ecosistemas marinos, en referencia al impacto que el uso de antibióticos puede tener en las personas, aunque vaticina que “lo que va a producir es una resistencia de algunas bacterias a los antibióticos”, comparándolo al uso de medicamentos en la cría intensiva de otros animales, como el pollo. “El impacto ambiental de las salmoneras es realmente alto, localmente hay una pérdida de diversidad”, asegura.
Lógicamente, la industria tiene una visión diametralmente opuesta. Al teléfono desde Santiago, el presidente de la patronal Salmón Chile, Arturo Clément, no sólo refuta todos los cuestionamientos de los detractores de este cultivo, sino que sostiene que “la acuicultura es parte de la solución y no del problema” y que “la huella de carbono del salmón es diez veces menor que la del ganado”. Clément asegura que la “salmonicultura es muchísimo más sostenible que ninguna otra proteína animal”. “Sí, generamos impacto. Sería ridículo decir que somos inocuos, porque no lo somos; sin embargo, nuestro modelo productivo permite generar el mínimo impacto” dice, insistiendo en que no causa un daño irreversible al ecosistema, porque el fondo marino se deja reposar entre 4 y 6 meses para que se regenere tras cada cosecha.
Clément reconoce que se usan antibióticos durante la cría del salmón “como en cualquier otra proteína animal”, pero que “el producto a los mercados llega sin antibióticos”. Y aunque el sector es consciente de haber “cometido errores”, insiste en la “sostenibilidad” de un producto cuya demanda crece anualmente un 7%.

Greenpeace lucha contra la acuicultura en Tierra del Fuego
Muchas empresas extranjeras se instalaron en el sur de Chile por sus características geográficas pero también porque la normativa medioambiental no es tan estricta como en otros países productores. Salmón Chile agrupa a la mayoría de compañías del sector, pero hay que aclarar que entre ellas no están las interesadas en instalarse en aguas argentinas.
La Tierra del Fuego es codiciada sobre todo por empresas noruegas, como Nova Austral, que no respondió a las peticiones de entrevista de La Vanguardia. Hace tan sólo unas semanas, Nova Austral fue obligada por las autoridades chilenas –habitualmente permisivas con el sector– a retirar las jaulas que había instalado en Puerto Williams tras perder una batalla legal impulsada por sus habitantes, que en marzo pasado recibieron con protestas a los reyes de Noruega.
Sólo en Chile, la salmonicultura mueve anualmente cerca de 5.000 millones de euros, produce 900.000 toneladas anuales y emplea a más de 70.000 personas, entre puestos directos e indirectos. Pero también en Chile se han producido sonadas catástrofes ecológicas en los últimos años: un brote del virus ISA que en el 2007 provocó la peor crisis sanitaria alimentaria del país; el vertido en el 2016 de 9.000 toneladas de salmones muertos en alta mar; o la fuga de 700.000 peces el año pasado.

Aunque los detractores de la cría del salmón están ahora centrados en impedir su implantación en Argentina, la campaña contra este producto es mundial, impulsada por organizaciones ecologistas como CLTy Greenpeace, oenegés noruegas, escocesas o irlandesas, o por empresas vinculadas al medio ambiente y el turismo, como la firma estadounidense de ropa de montaña Patagonia, cuyo fundador, Yvon Chouinard, ha producido el documental Artifishal que denuncia con impactantes imágenes los métodos de producción de este pescado y sus daños al ecosistema.

Fuente de la Información: www.lavanguardia.com

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