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Sergio Osiroff
Ingeniero Pesquero

Ingeniero pesquero - Docente de la UTN Facultad Regional TdF - Marino Mercante


Volver a la tradición

16/06/2022. “Si no se pudiera robar, ¿qué fin habría en hacer gobierno?” se preguntaba en 1929 Roberto Arlt, en “Su majestad, la coima”.

Volver a la tradición

En otra aguafuerte tan edificante como aquella, “¿Quiere ser Usted Diputado”, de 1932, iba más allá y proponía un discurso de campaña, “aspiro a robar en grande y a aco­modarme mejor”. Y agregaba, por si no había quedado claro, que “íntima y ardorosamen­te, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato…”.

Pebetas

Son de resaltar las edades de aquellas palabras, noventa años. Porque realmente se mantienen muy bien. Ni falta les hace ponerse botox. Están como nuevas.

Y es que como buenos vagos que nos hemos vuelto, incluso intelectualmente (a nuestro tradicional desgano por el trabajo físico, le hemos sumado el neuronal), no solo somos de creer que nuestro brillante presente se lo debemos exclusivamente a otros, sino que la debacle la empezó el gobierno de ayer. O el de antes de ayer. O el de hoy. 

De las artes

El tema es que el gran escritor vislumbraba, tempranamente, que el de buen ladrón es arte imprescindible en la política. Desesperaba por observar que la dirigencia de nuestra amada patria, aunque afecta al robo (como la de todo el orbe), empezaba a perder el rumbo en el talento criminalístico aplicado a la administración pública.

Talento que, ante el avance de la epidemia de honestidad –nunca erradicada de nuestro suelo–, comenzaba a ser injustamente menospreciado. Cuando, muy por el contrario, debía ser admitido entre las artes liberales y, en especial, exigido con firmeza a cuanto roedor demostrara vocación por los fondos públicos.

Cuídame Señor de los buenos

Porque es ley de vida que, quien no sabe robar, puesto a funcionario puede transformarse en un individuo peligrosísimo. De los que creen en lo que dicen.

Es más. Quien no sabe robar, puede terminar creyendo que la multiplicación de los ministerios, tiene el mismo efecto práctico que la multiplicación de los panes.

Dadores de honestidad

Sigamos.

Quien vive revoloteando su decencia frente a los demás, quien cree en imaginarios contratos sociales, pueblos que nunca se equivocan, derechos especiales según la pertenencia a tal o cual corporación humana, la preeminencia de la filología sobre los hechos en las relaciones internacionales, la superioridad de los papers y tesinas sobre las cosas y realidades …

Quien tiene fe, ferviente fe en que no moverá montañas pero sí subsidios …

No todo lo que brilla es robo

En suma, quienes predican la sagrada religión de que todos se hagan cargo, con su propio esfuerzo y bolsillos, de la columna costos de cuanto ratero se autoperciba como “industrial nacional”, sujeto al que además hay que proteger de los rigores del mundo,

y por cuya simpatía, los gladiadores franquiciados con personerías gremiales diversas, suelen disputar la provisión del servicio de coraza frente a las inclemencias de las normas laborales (inexcusables para el kioskero de la esquina) …

decimos que todos ellos son gente muy buena.

Siempre que sean otros los que gatillen.  

Santos Evangelios

Y el Señor en la cruz bendijo al buen ladrón, no al malo. Con lo cual, en un acto de claras connotaciones bíblicas, es nuestro deber y salvación manifestar nuestra más firme condena terrenal  a quienes se largan al manejo de la cosa pública, sin haber aprendido antes a chorear como es debido. Que no es sino como Dios manda.

Declaramos en consecuencia,  con la solemnidad que el caso merece, la inaceptabilidad de que candidato alguno a chupasangre ingrese en la política profesional, sin contar con respetable prontuario.   

Todo rufo pasado fue mejor

Se lo entiende a Arlt. Se comprende su patriótica preocupación. En aquellos viejos y buenos tiempos que le tocó vivir, todavía éramos alguien en el concierto de las naciones. Todavía podíamos corregir el rumbo antes de la varadura. Su preocupación era casi una proclama, tal vez un llamamiento a un nuevo cabildo abierto, un renovado 25 de mayo.

Una pena que la suya haya sido una voz en el desierto.

Porque faltos de sueños delictivos, nos condenábamos.

En lugar de grandes aspiraciones criminales, o imaginarse a sí mismos como Piratas de la Malicia, los fantásticos rufianes de la política empezaban a mutar.

El Estado feedlot

Y en su mutación, por si no bastara, los estadistas candidateados a la supervivencia del más apto –en el Estado–, engordaban al aparato público con multitudes de menores sueños aún. Personitas, en general, de horizontes talados a fuerza de no esperar nada de la vida, excepto una  planta permanente a la que aferrarse como una planta.

Plantitas para cuyas macetas se crearon jardincitos. De deberes indelegables creados al efecto. O de lo que fuera. Subsecretarías de algo. Direcciones de ramos generales. Clusters de buenos propósitos. Ministerios de lugares comunes.

La muerte de las ideologías

Todo sumaba (y sigue sumando) al engorde del Estado. Ente que finalmente se hizo metafísico y materializó, en el tiempo, las ideas de Fukuyama. Aunque no por los motivos y, mucho menos, por las consecuencias que el insigne astrólogo de la política había imaginado.

Porque recargado humanamente con sucesivos ingresos de camadas militantes, compuestas mayoritariamente por sujetos cuyo mayor anhelo ideológico, más a la corta que a la larga, es jubilarse, ese Estado terminó por no prestarle servicios a ninguna ideología, excepto la jubilatoria.

De tal modo que el argentino no clasificó finalmente para un estado capitalista, pero tampoco para un régimen stalinista. No sirvió literalmente para nada. Salvo para exprimir a los giles que decidieron seguir yugándola. Esta gente, por extraño que parezca, sigue sobreviviendo en nuestros días.  Personas que no han sido debidamente castigadas.

Astutos con aviso

El Estado feedlot, por supuesto, cuando sale a caminar y chamuyar por el mundo, cree que todo ese mundo es igual de sincero que nuestros políticos profesionales, cuando la van de especialistas en geopolítica. O sea, que es un mundo que avisa cuando hace trampas. Que muestra, con anticipación, las cartas marcadas que va a usar.

Nada más hay que agregar al respecto. Inteligentes.

Los buenos se van pronto

Cumpliendo con el profeta Isaías,57 (¡la pucha que andamos místicos!), nuestro gran escritor, hombre justo si lo hubo, falleció joven. No llegó a comprobar, datos científicos en mano (o paper en mano, como se prefiera), el derrape final de la clase política, que es lo que explica la irrefrenable decadencia nacional. Políticos profesionales transformados en garcas de poca monta, con destino de llevarse puesto al país. Vulgares bebedores de lágrimas y sudores ajenos. Gente que, en la carrera criminal, no hubiera pasado del manoteo de limosnas en las iglesias, o de mochilas a la salida de los colegios.

Lo que natura no da

Aristocracia política que, tranquilamente, podría haber inspirado "Dandy", el tango inmortalizado por el Morocho del Abasto, que también supo de la voz rea de Edmundo Rivero:

"En el circo de la vida siempre fuiste un gran chabón

Entre la gente del hampa

No has tenido performance

Porque baten los pipiolos

Que se ha corrido la bolilla

Y han junao que sos un gran batidor”

Llamado a la esperanza

Para salir del pozo, necesitamos urgente un vendedor de mentiras magníficas, un decidor de profecías tan superlativas como encantadoras. Un constructor de falsos relatos, con la argumentación convincente que solo provee el conocimiento más acabado de la realidad.

Hay que cortarla con genios que quieren que nos parezcamos a los nórdicos. No tenemos tanta cara de salamines, ni somos de botonear a los vecinos que tiran papeles al piso. Además, el mestizaje de cuanto color haya en el mundo nos sienta bien.

No sé lo que quiero, pero lo quiero ya

Aprovechemos hoy mismo para actuar, que la pedagogía oficialista no ha logrado aún catalogarnos del todo según las tonalidades de la piel o la antigüedad en el barrio. Y que todavía el español presenta alguna resistencia a las tensiones genitales.

Tampoco necesitamos de franquicias políticas que vivan de tutelar al pobrerío. Y que, por lógica, requieren que la miseria se expanda todo lo posible.

Necesitamos, con urgencia, dirigentes que sean buenos martilleros a la hora de rematar a la Patria. Políticos que antes que subastar al país por dos mangos, prefieran el martirio. Incluso un trabajo decente. Nuestra República y nosotros, ciudadanos de segunda y tercera clase, merecemos ser vendidos a buen precio. Aspiramos a algo más que ser entregados en canje por tickets canasta.

Libros no

Algún soñador pensará que, en la escuela argentina, cuna formativa y democrática de los futuros dirigentes, debería enseñarse a robar. Grave error. La enseñanza del robo, dada la situación en que se encuentra el sistema educativo, no lograría más que multiplicar honestos. Seguirían ingresando de a millones en la carrera jubilatoria del Estado. Necesitamos rufos, gente que saque al país adelante. Piratas “off shore”, no de tierra adentro.

Revisión y final

Un conocido, planta política de gobierno (no digo de cuál ni de cuándo, que es lo mismo), hombre que vuelve al llano de la oficina cada vez que las elecciones encumbran transitoriamente a servidores públicos de otras escuderías, ha tenido la deferencia de leer esta nota. En su "devolución", critica la falta de ejemplaridad que, según él, propongo.

Respondo, como buen arriero de citas –aunque no categorizado como docente investigador–, con palabras de Oscar Wilde en “La importancia de llamarse Ernesto”: “Si las clases inferiores no nos dan un buen ejemplo, ¿para qué demonios sirven?”.

Efectivamente, no son los políticos –tampoco los grandes mamadores del Estado, vagos o “empresarios nacionales”– quienes deban dar testimonio de ejemplaridad en la conducta pública. A ellos solo debemos pedirles que, en la medida de lo posible, la patente de corso la saquen para ejercerla fuera de las fronteras. Como lo hacen alemanes, yankees, ponjas, británicos, chinos. En fin, las naciones que son alguien en el mundo civilizado (vamos a llamarlo así).

Porque Wilde tenía mucha razón. Para dar el ejemplo, están los pobres. Están los que todavía trabajan, los que patean calles y golpean puertas por un laburo, los pocos que se largan a los negocios por su cuenta y riesgo, los monotributistas, los cuentapropistas. Los giles, para ser más gráficos.

Este grave error conceptual debería ser inmediatamente corregido, si es que pretendemos volver a la senda del progreso.

Yo aprecio a mi conocido, pero en su rol de político es un mal profesional. Con sus planteos éticos, nunca va a aprender a robar. Gente como él, nos arrastra a todos a la perdición. Indefectiblemente.