El valor de las naftas había quedado congelado y se había planeado pequeños ajustes a partir de julio. Esto era cuando el petróleo estaba a 65 dólares el barril y el valor de la moneda norteamericana estaba en $ 24, antes del acuerdo con el FMI. En ese momento se reconocía, además, un atraso del 25% en el precio de los combustibles.
Desde entonces pasó de todo, y el ministro Aranguren había convencido a las petroleras de aplicar ajustes pequeños para no impactar tan fuerte en la economía. Se había acordado una suba del 3%, pero la disparada del precio del crudo cerca de los 75 dólares y el valor de la divisa norteamericana cerca de $ 30 apuraron la decisión de aumentar el 5%.
Argentina no puede superar la herencia de desabastecimiento que quedó de la gestión anterior, por eso dependemos de la importación y de ahí la imposibilidad de evitar estos costos. El problema es que el atraso superó el 60% habrá que lidiar con eso hasta esperar la evolución de las variantes internacionales.
Lo que hasta ahora no se ha pensado es bajar los impuestos nacionales y provinciales que gravan a los combustibles. Sería una excelente contribución para que los consumidores no sufran tanto y que el Estado siga siendo el socio que más gana con estos aumentos.